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La envolvente del edificio (II): Incertidumbres a la hora de rehabilitar

Se trata de un tema recurrente puesto que es muy raro conocer con absoluta certeza como se terminó construyendo un edificio de hace cincuenta años o más que nos disponemos a rehabilitar en la actualidad. Desconocemos desde que situación partimos desde el punto de vista del aislamiento térmico (suponemos o sabemos que es deficiente) y la realización de catas no es normal que cuente con el beneplácito de la comunidad. Sin embargo, como recordabamos en la anterior entrada, la envolvente del edificio juega un papel fundamental en el comportamiento térmico del edificio.

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Los tipos de fachadas que nos vamos a encontrar en la península más comunes para rehabilitar se sitúan en edificios construidos a partir de los años cuarenta del siglo pasado, y en aquella época ni el gobierno ni las pequeñas empresas e industrias particulares del gremio se podían permitir inversiones en investigación para impulsar la evolución de los sistemas constructivos.

Para terminar de componer la situación nos encontramos con falta de mano de obra cualificada que sólo permitía la utilización de tecnologías tradicionales, incluso había escasez de materiales y hasta se restringió el uso de la madera y el acero.

A causa de estas carencias las construcciones eran muy parecidas a las anteriores en cuanto a fachada, ya que esta se limitaba a cerrar los entrepaños de las estructuras de hormigón armado con fábricas de bloque o de ladrillo.

La falta de medios obligaba a utilizar el menor tiempo posible el andamiaje (muchas veces plataformas suspendidas) y otros medios auxiliares, por lo que se construía la hoja exterior, se realizaban los remates dando por terminada la obra por el exterior y se desmontaba el andamiaje, mientras que el resto de la construcción de la fachada se realizaba desde el interior.

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Evidentemente no se manejaban conceptos como la transmitancia térmica, la inercia térmica, las condensaciones o los puentes térmicos.

La creación de un ambiente térmicamente “cómodo” (mejorando las condiciones exteriores) siempre ha sido una de las prioridades del hombre a la hora de crear una vivienda o refugio. Esto lo podemos observar en las construcciones tradicionales alrededor del mundo, desde la historia antigua hasta el presente. Lo que podemos deducir es que los parámetros en aquellos años eran otros, y ahora es normal una exigencia mucho más alta en cuanto a comodidad. No hay olvidar que el criterio de confort está muy relacionado con valores culturales, estilos de vida e incluso la situación de escasez que se vivió en aquella época.

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Si seguimos avanzando en el tiempo los muros de fábrica se transforman en muros de dos hojas (se incopora el cavity wall desarrollado en Inglaterra) para satisfacer las exigencias de un mayor confort térmico y sobre todo para garantizar la impermeabilidad de la fachada. Esta segunda hoja se realizaba en un principio con una rasilla, y la fachada se construía igualmente al principio desde fuera con un mínimo uso del andamiaje y se realizaban las restantes capas desde el interior.

El problema del muro de dos hojas es la estabilidad por lo que tiene su límite en las dos o tres plantas, esto hace que los paños se terminen haciendo de planta a planta. Además por estos años la tendencia en la arquitectura residencial era a mostrar la estructura hacia el exterior lo que acrecentaba los problemas de puentes térmicos y humedades. Si se querían disimular los frentes de los forjados se chapeaban cortando los ladrillos originando una solución que no siempre ha dado buen resultado (desde el punto de vista térmico térmico nunca).

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A partir de los años sesenta comienzan a proliferar las instalaciones dentro de las viviendas, se generaliza la calefacción, son necesarios más enchufes, llegan el teléfono y la televisión. Los tabiques de rasilla ya no son capaces de albergar tantas redes o de soportar rozas horizontales.

La utilización de ladrillos de doble hueco en la hoja interior posibilita el tendido de rozas horizontales y a la vez dota a la hoja interior de mayor inercia térmica, podríamos decir que utilizar estas piezas generó muchos beneficios en cuanto a la sensación de confort en el interior.

Así se siguieron construyendo los edificios residenciales hasta que la llegada de la crisis del petróleo en 1973 y el aumento del precio de la energía nos hizo poner interés en las facturas de electricidad y gas de las viviendas. Y la necesidad de contener el consumo energético dio como fruto a nuestra primera norma con exigencia de aislamiento térmico en 1979 la NBE-CT-79, donde ya se contemplaban conceptos como la transmitancia térmica, la inercia térmica, las condensaciones o los puentes térmicos, y que estuvo vigente hasta el año 2006.

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En el anterior esquema se realiza una estimación de las transmitancias que nos podemos encontrar en este tipo de fachadas.

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