En esta entrada vamos a reflexionar el por qué de la lenta aplicación de las medidas de eficiencia energética en los edificios, cuando ya asume todo el mundo que se trata de una estrategia correcta, beneficiosa para el medio ambiente y los usuarios de los edificios, creadora de riqueza y puestos de trabajo, además de fortalecer la independencia energética de los países y ser la mejor herramienta contra la “pobreza energética”. Es decir, una opción win-win en toda regla (en la que todos ganan, menos los lobbys de la energía claro).
Siendo posible obtener beneficios en la curva de costes de reducción de gases de efecto invernadero, la introducción de medidas de eficiencia energética en los edificios es reducida, nos encontraremos, pues, ante la ‘Paradoja de la Eficiencia Energética’ que anunciaron Jaffe y Stavins en 1994: ¿Por qué, a pesar de los beneficios económicos, sociales y medioambientales, los propietarios son reacios a invertir en medidas de eficiencia energética para edificios?
Una posibilidad es que el coste neto no sea negativo, sino que los gastos estén subestimados (o existan gastos ocultos) o sobreestimados los ahorros energéticos en modelos ideales. También es posible que los costes netos a largo plazo sean negativos pero existan barreras en el sector inmobiliario que afectan fuertemente las decisiones de inversión en eficiencia energética. Estas barreras han sido bien identificadas por la experiencia: falta de información, conflicto de intereses entre propietario y usuario, dificultad para financiar unos costes iniciales muy altos e incertidumbre y desconfianza sobre el rendimiento de los aparatos e instalaciones. Otra posibilidad es que quizás los beneficios no recaen sobre el agente que asume las inversiones.
A la hora de adquirir o alquilar edificios residenciales o comerciales, los futuros inquilinos sufren una importante falta de información acerca del consumo energético de dichos inmuebles. No es una característica fácilmente medible; el consumo energético de un edificio depende de su antigüedad y equipamiento, del uso que hagan de él los futuros ocupantes y de sus potenciales inversiones en eficiencia energética.
En los edificios de nueva construcción, el promotor de la obra estará interesado en obtener los beneficios más altos al menor coste, sin prestar atención al flujo de gastos energéticos futuros ni a sus emisiones asociadas. En lo que se refiere a los edificios existentes, el problema está presente en las relaciones entre propietarios e inquilinos: estos últimos pueden tener incentivos para mejorar la eficiencia energética y reducir sus facturas de gas y electricidad, sin embargo es poco probable que los inquilinos inviertan en elementos que constituyen capital para el edificio y que permanecerá en la propiedad una vez finalizado el periodo de alquiler.
Por su parte, excepto en los casos en los que la renta incluya los gastos de energía, el propietario no tendrá incentivos para invertir en eficiencia energética a no ser que pueda recuperar la inversión mediante un incremento en el precio de alquiler.
El elevado coste inicial que requiere llevar a cabo las mejoras de eficiencia energética desincentiva estas inversiones por la dificultad que supone conseguir financiación externa.
La incertidumbre limita también que los propietarios realicen este tipo de inversiones, bien porque la legislación específica es cambiante o porque los primeros inversores no podrán beneficiarse del ahorro que se produce debido a los procesos de aprendizaje o a las economías de escala.
Las barreras de mercado descritos y el papel que ocupa la eficiencia energética dentro de las políticas energéticas y de medioambiente justifican de forma clara la intervención pública en esta área teniendo como objetivo su atenuación.
Bien es cierto que para bastantes economistas esto se iba a resolver con el precio “adecuado” de la energía, dando por hecho que el supuesto incremento constante de su precio haría cada vez más atractivas las inversiones en eficiencia energética.
Bien, pues ahora resulta que esto no va a ser así. El coste de la energía parece que se estancará por largo tiempo y serán otros factores más oscuros los que harán fluctuar su precio de venta: divisas, impuestos, márgenes de beneficios, etc.
Esto hace que la intervención pública sobre los objetivos de eficiencia energética en los edificios deban clarificarse y replantearse: la elasticidad de la demanda energética de un edificio tradicional es casi nula y los beneficios que la eficiencia energética genera son lo suficientemente importantes para que las barreras existentes en su implantación pasen a formar parte de la agenda de temas pendientes de las administraciones públicas.