Comenzamos con esta entrada una pequeña serie dedicada a reflexionar sobré cómo podemos valorar y validar nuestras actuaciones en la envolvente de un edificio. Existe un dicho entre las personas que se dedican a mejorar procesos productivos que dice: “lo que no se mide no se puede mejorar”. Y este pensamiento aplicado a la rehabilitación energética de edificios es perfectamente válido e incluso eleva la categoría de la rehabilitación de un inmueble.
Desde Ekoteknia Group queremos comunicar que consideramos que tomar la decisión de derribar un edificio o una parte de él sin valorar previamente su rehabilitación lo vemos como un error triple:
- un error cultural, por cuanto tiene de falta de respeto al patrimonio construido heredado por modesto que sea, que se debería de mantener y transmitir por lo menos en el mismo estado que lo recibimos.
- un error técnico, puesto que no se ha valorado en qué porcentaje lo existente sigue siendo válido o rehabilitable.
- un error económico, ya que no se habrá comparado el coste de una rehabilitación frente a un derribo más una reconstrucción.
Si nos ceñimos a los aspectos concretos de la rehabilitación energética, para verificar la eficacia de una actuación de mejora de la envolvente en un edificio existente existen varios caminos, y en nuestra oficina optamos por aplicar técnicas cercanas a la profesión de arquitecto a la vez que fueran fácilmente aplicables y sirvieran de comprobación mutuamente.
Conocer el estado inicial del que partimos en una obra de rehabilitación energética de una fachada se trata de un tema recurrente, puesto que es muy raro conocer con absoluta certeza cómo se terminó construyendo un edificio de hace cincuenta años o más que nos disponemos a rehabilitar en la actualidad.
Desconocemos desde qué situación partimos desde el punto de vista del aislamiento térmico (suponemos o sabemos que es deficiente) y la realización de catas no es habitual que cuente con el beneplácito de la comunidad.
Los tipos de fachadas que nos vamos a encontrar en la península más comunes a la hora de rehabilitar se sitúan en edificios construidos a partir de los años cuarenta del siglo pasado, y en aquella época ni el gobierno ni las pequeñas empresas e industrias particulares del gremio se podían permitir inversiones en investigación para impulsar la evolución de los sistemas constructivos.
La falta de medios obligaba a utilizar el menor tiempo posible el andamiaje y otros medios auxiliares, por lo que se construía la hoja exterior, se realizaban los remates dando por terminada la obra por el exterior y se desmontaba el andamiaje, mientras que el resto de la construcción de la fachada se realizaba desde el interior.
Evidentemente no se manejaban conceptos como la transmitancia térmica, la inercia térmica, las condensaciones o los puentes térmicos. La exigencia más conocida es la del Reglamento de Viviendas de Renta Limitada del año 1954 que exigía en su Ordenanza 32 para estas viviendas (en la zona más amplia del mapa de isotermas entre +30º y -5ºC) que sus cerramientos tuvieran una transmitancia térmica de 1,60 Kcal/m2ºC, lo que equivale a 1,86 W/m2ºK en las unidades que manejamos actualmente.
La creación de un ambiente térmicamente “cómodo” (mejorando las condiciones exteriores) siempre ha sido una de las prioridades del hombre a la hora de crear una vivienda o refugio. Esto lo podemos observar en las construcciones tradicionales alrededor del mundo, desde la historia antigua hasta el presente. Lo que podemos deducir es que los parámetros en aquellos años eran otros, y ahora la exigencia es más alta en cuanto a comodidad.
Así se siguieron construyendo los edificios residenciales hasta que la llegada de la crisis del petróleo en 1973, el aumento del precio de la energía nos hizo poner interés en las facturas de electricidad y gas de las viviendas. La necesidad de contener el consumo energético dio como fruto a nuestra primera norma con exigencia de aislamiento térmico en 1979 la NBE-CT-79, donde ya se contemplaban conceptos como la transmitancia térmica, la inercia térmica, las condensaciones o los puentes térmicos, y que estuvo vigente hasta el año 2006.
La inercia de las empresas constructoras hacía que las fachadas que ahora incorporaban aislamiento, este se colocara desde el interior sobre la hoja exterior del cerramiento (la primera que se construía para ahorrar en andamiaje). Con el tiempo se ha comprobado lo incorrecto de la situación del aislamiento en esa posición y que los medios de fijación del aislamiento a la fábrica que se pensaron en su día suficientes tampoco fueron siempre correctos.
Los edificios de esta época suelen presentar una mezcla de soluciones buenas, otras soluciones de compromiso resueltas con la tecnología disponible en aquel momento y que han funcionado de manera aceptable pero francamente mejorable, y otras soluciones que hoy sabemos que han dado un resultado malo y se han dejado de utilizar en la construcción contemporánea.
¿Podemos caracterizar estos cerramientos y conocer el punto de partida de una rehabilitación?
Si, claro que podemos. Nos basta con determinar una aproximación bastante buena del valor de la transmitancia térmica (valor U) del cerramiento, y lo podemos hacer por varias vías.
La transmitancia térmica es un valor de crucial importancia para determinar en qué niveles de eficiencia se encuentra nuestro cerramiento objeto de estudio.
Según el Apéndice A del CTE DB HE 1, llamamos transmitancia térmica al flujo de calor, en régimen estacionario (esto es, sin variaciones en las temperaturas interior o exterior), para un área y diferencia de temperaturas unitarias (un metro cuadrado y un grado de diferencia de temperatura) de los ambientes situados a cada lado del elemento de cerramiento que se considera.
En otras palabras, la transmitancia térmica nos indica que cantidad de calor sale o entra de nuestro edificio a través de los elementos de la envolvente térmica (muros y ventanas). Por eso sus unidades tienen la expresión de potencia energética partida por superficie y temperatura: W/m2ºK.
Bien, esto nos dice la teoría. Pero en la práctica cuando nos enfrentamos a una obra terminada hace cincuenta o sesenta años surgen ciertas incertidumbres que veremos en próximas entradas.